Esa mañana me sorprendí al asomarme a la terraza, la niebla se había adueñado del paisaje.
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Es frecuente en estas fechas, pero esa mañana lo dominaba todo.
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Me bebí el café, y cámara en mano, tomé el camino de la Venta con idea de captar este bonito y a la vez fantasmagórico fenómeno.
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Todo se veía en blanco y negro, los colores parecían haberse diluido.
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Miré hacia atrás y las alambras brillaban revestidas por la humedad de la noche.
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Mientras en lo alto, el casco antiguo, el barrio minero, luchaba por hacerse ver tras la espesa cortina.
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El castillete del pozo de San Joaquín destacaba por encima de las escombreras de la que fue la mina de cinabrio más importante del mundo.
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Llegado un momento, el sol quiso poner su nota de color.
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Pero sólo consiguió teñir ligeramente la opacidad de aquella mañana.
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Hasta el próximo reportaje. Salud!!
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