Caminaba disfrutando de la recién estrenada primavera en la que los cantuesos y las aulagas mostraban orgullosas sus flores.
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Cuando la figura lúgubre de un buitre me miró desde lo alto, calentaba su cuerpo con los primeros rayos de sol.
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A los pocos minutos levantó el vuelo y me dejó abajo, envidiando su dominio de la ingravidez.
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Al llegar al río, el ruido de algo que se movía entre el matorral, me sorprendió.
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Era una cierva, que ha pesar de ir armado únicamente con mi cámara de fotos, el miedo ancestral que nos dibuja en su mente como el gran depredador, hizo que saltara al río.
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Nadó con una habilidad innata, sin aparente dificultad.
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Al llegar a la otra orilla, sin mirar atrás, continuó su huida.
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Como un ente libre y salvajemente hábil se perdió, la dehesa la cobijó como una madre protectora.
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Mis encuentros no terminaron ahí, porque cerca de un cortijo, un gallo blanco como el mármol de Carrara, salió a mi encuentro.
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No le debió parece nada interesante mi persona y continuó camino.
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A los pocos metros descubrí que su destino era la fresca sombra de una encina donde le aguardaban las gallinas.
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Naturaleza, ancestral y sabia naturaleza.
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Salud y hasta pronto.
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