Llegamos con la ilusión de que la niebla levantara su velo y nos dejara ver, una vez más, las maravillas que guarda la desembocadura del río Guadalhorce.
No fue así, aunque estábamos en pleno Julio, la perezosa niebla no quiso moverse.
O tal vez no fue pereza, tal vez fue un regalo lo que quería ofrecernos.
El regalo de unas instantáneas que, al menos yo, hasta ese momento no había disfrutado en ese rincón donde el río Guadalhorce se reparte entre lagunas antes de desembocar en el Mediterráneo.
Visto de esta manera nos dispusimos a disfrutar de las nuevas escenas que se estaban llevando a cabo en la desembocadura.
Así fue como descubrimos a la esquiva garza real.
A los abejarucos que disimulaban sus llamativos colores con ayuda de la niebla.
Al flamenco mirándose en el reflejo del agua.
A las cigüeñuelas realizando su saludo de cortejo.
Otra acompañando a su joven pollo.
Por otro lado se aventuraba otro pollo, casi adulto, buscando alimento por su cuenta.
La avoceta también se mostró, bien caminando o nadando cuando el agua le obligaba.
Al final la niebla y la noche se aliaron dando por finalizado el día.
Saludos y hasta pronto.
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